EL MAL NO EXISTE

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por Joel Poblete

Hace dos años, en marzo de 2022, se estrenó en salas locales el film japonés «Drive my Car» de Ryusuke Hamaguchi, uno de los títulos más elogiados por la crítica y los cinéfilos de las más diversas latitudes (figuró en buena parte de las listas de lo mejor del 2021) y también de los más premiados, con una trayectoria que se inició con su premiere mundial en la competencia del Festival de Cannes, donde fue reconocido como Mejor Guion, continuó siendo distinguido como Mejor Película Internacional en los Globos de Oro, los Independent Spirit Awards y los BAFTA. Culminó su periplo con su triunfo en los premios Oscar, donde estuvo nominado a cuatro estatuillas, llamando especialmente la atención por estar no sólo en la categoría que finalmente ganó, Mejor Película Internacional, sino además por haber sido nominado como Mejor Película, algo que nunca antes había conseguido una producción nipona; estar nominado en ambas categorías es algo que en el pasado han logrado sólo un puñado de títulos -«Z», «La vida es bella», «El tigre y el dragón», «Amor», «Roma», «Parasite» y más recientemente «Sin novedad en el frente» y «Zona de interés». 

Si bien el realizador japonés había filmado una decena de largometrajes a lo largo de más de una década, fue durante 2021 cuando se dio a conocer a un público más amplio, y por partida doble, ya que además del éxito de «Drive my Car», a inicios de ese mismo año en la competencia oficial de otro de los certámenes europeos más prestigiosos, había estrenado en el Festival de Berlín una película previa, «La rueda de la fortuna y la fantasía», por la que recibió el Oso de Plata y que posteriormente tuvo su estreno comercial en nuestro país a comienzos del año pasado. Y continuando con su exitosa participación en los principales festivales del Viejo Continente, tras Cannes y la Berlinale el año pasado debutó en la competencia oficial del Festival de Venecia su largometraje «El mal no existe», donde obtuvo el Gran Premio del Jurado; y este nuevo film es el que acaba de traer de regreso en estos días a la cartelera local el cine de Hamaguchi; al igual que hace algunos meses con la notable «La quimera», se trata de un estreno distribuido por Centro Arte Alameda, que además de su propio cine, permitirá que se exhiba en otras salas independientes en Santiago y otros puntos del país, como la Cineteca Nacional y las salas K, Nemesio, Insomnia en Valparaíso, Menos 1 Cine en Puerto Varas y Casa Verde en Los Andes.

TENSIONES EN EL EQUILIBRIO

El argumento de este nuevo trabajo del realizador nipón se desarrolla en una zona rural y nos muestra la cotidianeidad de los lugareños, en particular de quien asumimos será el protagonista, Takumi, un experto en todos los oficios -una especie de «maestro chasquilla», como le decimos en Chile- que es el padre soltero de una hija de 8 años y se gana la vida haciendo distintos trabajos; pero la existencia de la localidad y sus habitantes podría verse alterada por un proyecto que pretende construir un «glamping», como se denomina a la tendencia que en los últimos años ha estado cada vez más en auge el ofrecer hospedaje tipo camping, pero con muchas más comodidades en medio de la naturaleza y que en este caso sería un lugar al que podrían llegar viajeros desde Tokio para descansar y relajarse en un ambiente natural.

Dos representantes de la empresa que planea construir esta propuesta viajan a explicarle a la comunidad las ventajas que les traería, pero al mismo tiempo Takumi y los demás se dan cuenta de que en realidad hay una potencial amenaza para la forma en que viven y especialmente habría daño al medio ambiente, ya que el tanque séptico que se construiría podría contaminar los pozos y las fuentes de agua subterránea que son primordiales para quienes viven ahí. Y ahí se irán generando tensiones entre los locales y quienes vienen de fuera.

Cuando hace dos años vimos «Drive my Car» pudimos darnos cuenta cómo a partir del relato homónimo escrito por Haruki Murakami el realizador logró configurar un argumento que en apariencia era sencillo, pero incluía distintas capas y un tono muy particular, contenido e intimista, sin grandes estridencias pero con una trama profunda y reflexiva, extendiéndose a lo largo de tres horas y con un ritmo que no siendo precisamente lento o contemplativo en el sentido que tradicionalmente se asigna a esos términos, de todos modos tenía un manejo del tiempo capaz de exigir más concentración de lo habitual a los públicos más inquietos e impacientes, así como una puesta en escena llena de sutilezas y detalles, y un protagonista que era un personaje complejo, melancólico y sensible pero reservado. No era para un público transversal y masivo y fue más apreciada por audiencias más cinéfilas, pero de todos modos era capaz de conmover y hacer reflexionar. Aunque son películas muy distintas en varios aspectos, «El mal no existe» tiene unos cuantos elementos en común con esa premiada realización.

NADA ES EVIDENTE O EXPLÍCITO

Desde su inicio casi rutinario, en el que a lo largo de casi 10 minutos no hay diálogos y aparentemente no pasa nada salvo las actividades cotidianas de Takumi, este largometraje nos va presentando de a poco las particularidades de esta comunidad que se desenvuelve en medio de una zona que según nos enteramos en algún momento recién fue desarrollada para la agricultura luego de la Segunda Guerra Mundial, en la que la presencia de la naturaleza es ineludible y notoria, tanto con los bosques como en el abrevadero que representa el recurso del agua que es vital tanto para la gente del sector como para los ciervos que se divisan de vez en cuando y son objeto preciado para los ocasionales cazadores que visitan esos parajes. 

Hay un equilibrio natural que es clave para quienes viven ahí, pero también ese equilibrio es importante en la manera en que se relacionan los personajes, ya que en medio de su austeridad la película nos está hablando no sólo de una temática medioambiental que es cada vez más relevante no sólo en Japón sino aquí mismo en Chile y en tantas otras partes del mundo; también la historia entremezcla la observación cotidiana con el drama y la mirada social, mientras nos presenta un reflejo de las relaciones familiares, de la manera en que conviven distintas generaciones (desde el veterano jefe del pueblo hasta los jóvenes y la propia hija del protagonista) y también a cómo se pueden relacionar los lugareños con la gente que viene de afuera, lo que en el fondo simboliza además el enfrentamiento entre la tradición y la modernidad.

Pero nada de lo anterior es totalmente explícito ni se da de manera obvia, lo que de cierta manera acentúa un aura de misterio que recorre la cinta, lo que también puede estar sugerido desde esas imágenes de árboles que están presentes desde el principio, o especialmente por la música incidental de Eiko Ishibashi -la misma compositora de «Drive my Car»-, envolvente e intensa, por momentos onírica y sensorial y con la capacidad de aparecer y desaparecer sin que nos demos cuenta. Eso también podríamos decirlo a partir del título de la película y muy especialmente en relación a la manera en que concluye, con uno de los finales más especiales de este último año, que por supuesto no adelantaremos para no spoilear, pero sin duda está entre los desenlaces que más divisiones e incógnitas presenta a las audiencias en lo que va de la temporada. «El mal no existe» no llega a los mismos niveles de «Drive my Car» y puede no convencer por completo, pero por lo que presenta y lo que podemos intuir y suponer, es una propuesta interesante y estimulante, que nuevamente será aún más apreciada por las audiencias más cinéfilas.

FICHA TÉCNICA

  • Título original: «Aku wa sonzai shinai»
  • Director: Riusuke Hamaguchi
  • Género: Drama
  • Duración: 106 minutos
  • Guion: Riusuke Hamaguchi, Eiko Ishibashi
  • Con: Hitoshi Omika, Ryo Nishikawa, Ryuji Kosaka, Ayaka Shibutani, Hazuki Kikuchi, Hiroyuki Miura
  • Música: Eiko Ishibashi
  • Producción: Satoshi Takada