TODOS SOMOS EXTRAÑOS: UNA MIRADA INTROSPECTIVA SÓLIDA

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por Joel Poblete

Ha sido uno de los títulos más elogiados del último medio año y como además de figurar en los listados de lo mejor del 2023 de distintas asociaciones de críticos había tenido nominaciones en importantes premios como los BAFTA, Independent Spirit Awards y los Globos de Oro, se esperaba que “Todos somos extraños” lograra ser nominada en los Oscar, aunque finalmente no consiguió figurar en la recta final de las estatuillas de la Academia de Hollywood. Sin embargo, eso no le resta méritos a la repercusión emotiva y sensorial que llega a provocar en gran parte de sus potenciales espectadores.

A quienes conocen los trabajos previos del realizador y guionista británico Andrew Haigh no debería extrañarles lo que consigue aquí con su quinto largometraje. A lo largo de los últimos 15 años, ha desarrollado una interesante trayectoria, que si bien se ha centrado preferentemente en abordar temáticas gay, como en su elogiada segunda película que en 2011 ayudó a impulsar internacionalmente su carrera: “Weekend” o en la serie “Looking” para HBO, también ha demostrado su talento en otro tipo de personajes y situaciones, como  en la notable “45 años”, de 2015 -el único de sus filmes que hasta ahora había tenido estreno comercial por estos lados-, o su anterior trabajo para la pantalla grande: “Lean on Pete”.  

UN TRABAJO ENIGMÁTICO Y SENSORIAL

Con una efectiva capacidad para indagar en las relaciones y lazos que se establecen o desgastan entre sus personajes, retratando sensibilidades de manera creíble, íntima y real, Haigh consigue en “Todos somos extraños” el que probablemente sea su largometraje más personal y de mayor potencial emotivo. Basado en la novela Strangers, escrita por el japonés Taichi Yamada (fallecido en noviembre pasado a los 89 años) y publicada en 1987, tiene como protagonista a Adam, un solitario y melancólico individuo que parece vivir cada día en medio de una enorme tristeza y abulia, acentuadas por ser casi el único habitante en su moderno edificio.

Ello, hasta que conoce a Harry, un vecino con quien podría surgir una conexión que cambie las cosas. Al mismo tiempo, Adam se motiva para regresar a la casa donde vivió en su niñez junto a sus padres, fallecidos en un accidente cuando él sólo tenía 12 años. La posibilidad de volver a verlos y compartir con ellos después de tanto tiempo, así como la relación que podría tener con Harry, le empiezan a dar otro sentido y estímulo a la cotidianeidad de Harry.

Esta historia, de la que es mejor no adelantar demasiado más, es el punto de partida para una indagación en los afectos, las soledades, las segundas oportunidades y las circunstancias temporales que cala hondo en la audiencia, con un tono enigmático y que genera cierta incertidumbre tanto en el protagonista como en nosotros, guiado por un ritmo muy especial en el que influye el montaje de Jonathan Alberts. Aunque se ambienta en Londres, el largometraje elude las postales habituales de la capital británica que suelen hacerse presentes en el cine y desarrolla una atractiva y muy particular visualidad, donde la dirección de fotografía del sudafricano Jamie D. Ramsay alterna los interiores asépticos y oscuros del edificio donde viven los protagonistas, con la calidez lumínica del hogar familiar y las tonalidades más grises o nebulosas que a menudo muestran los exteriores. 

DE LAS CANCIONES A LAS MEMORABLES INTERPRETACIONES

Esos aspectos visuales tienen su complemento auditivo en el soundtrack, tanto en la sutileza, sensibilidad y sensorialidad que refleja la música incidental de la francesa Emilie Levienaise-Farrouch, como en las canciones tan bien escogidas de la banda sonora, que incluyen desde el emblemático cover ochentero de «Always on my Mind» de Pet Shop Boys -que además de aparecer en el trailer del film es parte fundamental en una de las escenas más bellas- e inolvidables hits de otras bandas inglesas como Fine Young Cannibals, Blur y Frankie goes to Hollywood con un memorable uso de «The Power of Love», hasta clásicos aún más antiguos, como Patsy Cline cantando «If I could see the World (Through the Eyes of a Child)». Elemento fundamental en la repercusión que consigue “Todos somos extraños” son las actuaciones de su elenco. Como ya lo demostró en “45 años” con las espléndidas interpretaciones de los veteranos Charlotte Rampling y Tom Courtenay por las cuales ambos fueron premiados con el Oso de Plata en la competencia oficial del Festival de Berlín y además ella recibió la primera nominación al Oscar de su carrera, Haigh se confirma acá como un sensible y agudo director de actores, capaz de canalizar lo mejor de su reparto. Las interpretaciones de Andrew Scott, Paul Mescal, Jamie Bell y Claire Foy son notables y merecían haber sido nominadas en premios como los del SAG y los Oscar, sobre todo teniendo en cuenta a varios y varias de sus colegas que sí lograron ser nominados. La capacidad emocional, la sutileza con la que construyen y desarrollan sus personajes y la química que se percibe entre ellos, ayudan a que este hermoso y doloroso largometraje conmueva al público sin recurrir a golpes bajos o excesos lacrimógenos y así funciona y resuena de manera mucho más genuina y duradera.

FICHA TÉCNICA

  • Título original: «All of Us Strangers»
  • Director: Andrew Haigh
  • Género: Drama, romance
  • Duración: 105 minutos
  • Guion: Andrew Haigh
  • Con: Andrew Scott, Paul Mescal, Claire Foy, Jamie Bell